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Azul: Como cuando nos dejamos fluir

La obra dirigida por el director brasilero Ricardo Alves Jr y protagonizada por Diego Mongelós, Mario González Martí y Diro Romero, se despide con últimas funciones este fin de semana en el Galpón del Pasaje Molas.

En una nebulosa Asunción, un departamento se ilumina de azul. Aldo y Beto disputan por coexistir en una relación en fricción, como dos corrientes encontradas que se estancan,  hasta que un tercero irrumpe en sus vidas.

Azul fue creada en colaboración entre los tres intérpretes y fue tomando vida en escena gracias a la dirección de Ricardo Alves Junior, cuyo trabajo ya habíamos conocido en Cine Splendid (2018): aquí también se combinan dos de las grandes pasiones del director, entregándonos una propuesta que transita entre lo teatral y audiovisual, uniendo lo mejor de ambos universos narrativos.

La obra inicia desde el momento que uno ingresa al versátil espacio del Galpón del Pasaje Molas. El equipo completo está en escena, actores y técnicos esperando por iniciar la obra, mientras van estableciendo el tono a través de la música. Diro Romero empieza a bailar y el humo invade el “depto”. Conflicto.

Una enorme pantalla blanca también recibe al público. En esta época donde pasamos la mayor parte del tiempo frente a monitores, frente a luces inertes en movimiento, la pantalla será, irónicamente -todavía más viniendo del aislamiento-, un punto clave para hacerle zoom a este íntimo y sensual relato.

Una sala, un comedor, cocina, ventana, dormitorio y un baño al fondo del salón. Un departamento deconstruido en pequeñas islas alejadas, tanto como los protagonistas de la historia. Cada uno de estos rincones se destaca por un especial cuidado a los detalles en los elementos, colores y formas que habitan en él.

El trabajo de Pamela Paredes propone un realismo escenográfico bastante sorprendente y a la vez, a través de colores saturados, obtiene la energía teatral suficiente para crear un gran impacto visual. Martín Pizzichini apoya estas atmósferas realistas e intimistas dentro del amplio espacio, teniendo que trabajar casi al igual que los actores en dos códigos diferentes.

El mundo sonoro toma una vital importancia tanto en la selección de las canciones -con un pulso pop que colabora con la atmósfera- así como los efectos de sonido que complementan a las escenas y al audiovisual “Hecho a mano”.

La obra, además de los intérpretes, cuenta con un equipo de realizadores audiovisuales que acompaña el movimiento escénico con su propia coreografía, “realizando” todo lo que vemos en pantalla completamente en vivo y hasta de forma artesanal. El audiovisual, en este caso, es una pieza clave a la hora de contar la historia. Planos cerrados elevan el poder de la intimidad, detallando cada pequeño gesto de los actores y cada uno de los detalles escenográficos, algo prácticamente imposible en una obra convencional. 

Si bien el argumento de la historia a simple vista puede verse un poco trillado, las particularidades que definen a cada personaje -aumentados por la gran lupa de la lentes de la cámara- permiten escapar de la superficialidad y sumergirnos en los centros jugosos de la problemática.

Mario González Martí es quien lleva el mayor peso de la puesta y el que logra de manera precisa y cohesiva las transiciones entre el tono audiovisual y teatral, manteniendo una actuación orgánica en ambos códigos, consciente de los ángulos y su gestualidad para los planos de cámara, como así mantenerse lo suficientemente elevado para plantarse en escena y dar vida a un personaje metódico y calculador, enfocado e inseguro a su vez. 

Diro Romero encarna lo erótico, lo prohibido o lo que causa curiosidad. Su seguridad escénica es cautivadora, al igual que su organicidad que destaca principalmente en los momentos de trabajo audiovisual, con una naturalidad que permite empatizar con la historia de su personaje y sentirse cómplice de sus decisiones. En contraste, Diego Mongelós en cuanto a lo actoral es quien se mantiene más entre los tres en un lenguaje teatral, con una fuerte presencia escénica que genera emociones fuertes en los espectadores y que, en combinación de los diferentes tonos y niveles teatrales, forman una sinergia interesante a lo largo de la obra. 

Fuera del género u orientación de quien sea espectador, la veracidad en los detalles permite reflejarse más allá de la forma en la que nos identifiquemos. 

Los personajes transitan sus dudas e inseguridades respecto a esa palabra tan grande y ambigua que es el amor, en la que inciden la presión social, las necesidades, las formas y acuerdos de conveniencia. Todo bajo el tono particular de existir como una relación LGBTQ+ en un contexto como el de Paraguay, con sus desafíos y restricciones, apuntando hacia un final que nos habla sobre decisiones y giros en la vida.

El amor puede tomar mil formas: puede moldearse, transformarse y adaptarse, probablemente más que el agua. 

Azul se despide con funciones el sábado 01 de octubre a las 20hs y domingo con función doble a las 19 hs y 21 hs en el Galpón del Pasaje Molas (Pasaje Molas entre Cerro Corá y 25 de mayo). Entradas anticipadas 50.000 Gs. y en puerta 70.000 Gs. Reservas al 0982 839 489. 

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