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De Noche Duermen Las Flores: ¿Dónde puede encontrar fuerzas una mujer?

Tras meses de investigación y preparación, la obra posdramática dirigida por Rita Ortiz presenta sus últimas funciones en el Galpón del Pasaje Molas.

En un país con un Ministerio de la Mujer que entrega reconocimientos a un cuestionado presidente en el Día de la Mujer Paraguaya, sólo días después de publicar un comunicado servil; en un Paraguay con protestas vigentes y diarias por corrupción, donde el 8M llega con feminicidios cada 10 días, el vaticinio de una ministra inadecuada, una mujer trans encontrada maniatada, y la falta de respeto del nuevo Ministro de Educación a las madres solteras apenas al asumir el cargo… en medio de todo ese caos y violencia, ¿dónde pueden encontrar fuerzas las mujeres? Tal vez, sólo en ellas mismas.

Basado en el concepto del heliotropismo -movimiento de las flores que buscan el estímulo de la luz y que en días nublados las mismas encuentran esta energía entre ellas- se ha creado este biodrama, en que cinco mujeres intérpretes (en conjunto con el equipo artístico y bajo la dirección de Rita Ortiz, quien se estrena como directora con esta obra) comparten y construyen esta puesta en torno a un punto: experiencias de violencia hacia la mujer. 

Un escenario huérfano de un único frente recibe al público, con sillas distribuidas de aparente manera aleatoria dentro de un triángulo de tierra que toma el centro y la parte posterior del Galpón del Pasaje Molas. El arte, por Pamela Paredes y Rita Ortiz y con el montaje de escenografía de Fabio Esteche, se conforma de alambres, rejas, chapas y metal en general distribuidos alrededor del galpón, cables que remiten al enmarañado tendido eléctrico que invade todas las escenas, y un llamativo ventanal de grandes dimensiones.

La obra inicia con una pieza audiovisual proyectada sobre una de las paredes blancas del Galpón. El material, bajo la realización de Ximena Barba, sintetiza la puesta en general a través de la corporalidad de las actrices, aunada a voces de mujeres de diferentes edades contando vacilantes relatos fragmentados de agresiones que se conjugan con las imágenes en blanco y negro, en un proceso de lucha interna y sufrimiento. 

Mónica Airaldi es la primera intérprete en aparecer, como salida del mismo audiovisual. Con una cautivante actuación, Airaldi relata etapas diferentes de agresiones desdoblándose en tres personajes fuertemente retratados a través de una brusca gestualidad que impresiona, con una armónica cuyo sonido estalla en momentos justos como un escape de presión emocional. Mónica es casi un instrumento sonoro -con sus labios, sus manos y su armónica- que acompaña cada una de las escenas.

Sobre la actriz y standupera Diana Frutos, es interesante verla en una situación teatral atípica, en comparación a los trabajos que viene realizando. Su escena resalta por la verdad del relato: la actriz está encerrada en un movimiento simple, fluido y constante, un ir y venir de manos similar al de una odalisca que acaricia su cuerpo, algo que se opone a lo que nos cuenta a través de sus palabras y ojos. Un momento de desamparo total frente a un hecho de acoso.

En medio de un barullo causado por sus compañeras, se escucha la voz de Belén Fretes que toma el centro hablando sobre microagresiones, la norma hegemónica y dentro de ésto el racismo; temas muchas veces invalidados ante otras agresiones consideradas más fuertes. Con un monólogo en guaraní -en sí potente por el contexto nacional-, Fretes logra conmover con gran compromiso emocional y cuestionando quién o qué define las causas válidas de dolor o su importancia en relación a lo que viven los demás.

Claudia Espínola, a quien vemos por primera vez actuar en teatro -aunque ha tenido experiencias relacionadas en dirección, audiovisual, canto y como standupera-, tiene de alguna manera la tarea de liberar tensión a través de la comedia, si bien definir esta escena como cómica puede ser simplista cuando la tensión nunca llega a desatarse del todo. A Espínola se la percibe como una comediante que no puede dejar de hacer reír con chistes, aunque lo que nos relata se vuelve cada vez más perverso, hablando sobre los sueños artísticos y el abuso de confianza por la ingenuidad y los anhelos de las aspirantes a cumplirlos.

Pamela Paredes, durante gran parte de la obra, destaca por su trabajo corporal narrando aquello difícil de transmitir en palabras durante las escenas de sus compañeras. ¿Cómo se verbaliza el dolor de la violencia? Es claramente la más experimentada en este estilo de teatro, más físico, y eso se ve reflejado en su labor, tomando finalmente el centro de la escena con gran potencia.

La obra nos plantea un abanico de historias que tocan un tema reiterativo (y que merece ser reiterado hasta que no haya necesidad de hacerlo) pero con una particular riqueza proveniente de su realismo, abordando puntos íntimos como la educación cultural hacia la normalización, el dolor invisibilizado, las presiones sociales en las microagresiones, finalizando con el crecimiento; con algunos instantes en que tiende a volverse discursiva, lo que resulta innecesario frente a la contundente realidad representada.

La tierra, que al inicio sirvió como ruta, finalmente se transforma en una base para crecer: las protagonistas se despojan de los harapos del vestuario, y unidas en un prisma de cristal, se llenan de luz, florecen en un final que inspira, libera y anima a crecer con ellas.

La obra presenta sus últimas funciones este fin de semana en el Galpón del Pasaje Molas (Pasaje Molas entre Cerro Corá y 25 de Mayo) con entradas anticipadas a 50.000 Gs. a la venta en Passline y a 60.000 Gs. en boletería.

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